jueves, 11 de agosto de 2011

Carta a mi maestra

Foto: "La playa en la que me viste crecer": Praia de Leis, A Coruña, Septiembre 2008.

[05.05.11]

Venerada Maestra:

Sé que estás aquí. Y me gusta. Siempre tuviste toda la credulidad cuando me hablabas, incluso cuando de primeras creía que no tenías la razón. Siempre supiste hacerme reír cuando lo necesité. Incluso llegaste a hacerme creer que se podía reír en todas las situaciones, aún en ocasiones esta idea me invade y atrapa. Esta forma de atrape no es desagradable, es cómoda porque se trata de mi Esencia, esa que tú (y pocos más) sabías descubrir. Tú me enseñaste todo lo que cuesta sacarla, todo lo escondida que a veces nos empeñamos en tenerla. Todo es más fácil cuando ella sale, y ésto no se me olvida jamás.

Tú sabías cómo conseguir hacerte con cualquier persona, en cualquier situación, y éso no lo hacía nadie. No es idolatría pueril, es realidad. Lo vi, lo sentí, y lo aprendí. Desde muy lejos supiste cómo llegarme entrando en mí, llegando mucho más dentro que muchos de los que estaban cerca. No tenía que hablarte, ni que mirarte, para que supieras todo lo que pasaba dentro de mí, lo perceptible, pero también lo que ni yo era capaz de percibir. Lo dilucidabas y exponías de forma comprensible enseñándome a comprender las almas. Las almas en las que tú, sin que yo me diera cuenta me enseñaste a creer, esas en las que nunca espero dejar de creer, porque en ellas está nuestra esencia. 

Sé que tal vez haya muchas personas que a lo largo de mi vida me culparán de permanecer en silencio sobre la muerte, de no manifestar tristeza. Tú sabes que no me hace gracia que te “alejes” de mí. Pero no te siento más lejos de lo que te sentía, y éso es lo que me hace seguir, sin más. Creo que estás en mí como siempre estuviste, de esa forma especial que sólo tú consigues.

Yo te llamaba amiga, y maestra, pero también eres confidente, familiar de alguna forma, compañera, guía, y muchas cosas más. Estoy feliz de que vayas a dejar de sufrir, aunque no sé qué estarás pasando ahora. Todo ésto no es más que para decirte que estás en mí como siempre lo has estado y que porque abandones esta dimensión y una enfermedad “te haya matado”, y lo digo con toda la incredulidad posible ya que en tu historia no encaja casi nada y aún no sé por qué me sorprende por qué nadie repara en ello; sigues aquí, y lo sé.

Me “criaste” desde lejos, manteniendo una perfecta armonía entre lo racional y lo emocional, mostrándome todas las caras que lo humano puede llegar a enseñar, desentrañándome ciertos misterios que no hubiera aprendido hasta mucho después si acaso hubiera llegado a toparme con ellos. Tu entorno era extraño, diferente. Y el mío era percibido también así. Existía una sintonía. Creo que gran parte de mi sentimiento de diferencia y del ser especial te lo debo a ti, y es una de las mejores cosas que tengo. No creas que no estás porque todo lo que hago está impregnado de ti, y muchas veces ésto ocurre inconscientemente. Ese “hacerme mayor” sin perder “el niño”, alcanzar tales niveles de consciencia a edades tan tempranas hizo que aprendiera a manejar mejor sentimientos, hizo que superara con más facilidad las dificultades y me dio muchas herramientas que utilizo día a día para aprender a vivir de forma digna y plena, satisfactoria. Detrás de cada tormento de los que yo misma me induzco, alcanzo a dilucidar todo un esquema claro de la realidad, y esta capacidad en parte te la debo a ti.

No sé si existirá alguien que pueda enseñarme más cosas que tú, no sé si pude agradecer y apreciar suficientemente todo ésto, lo que sé es que ésto no te importa, sino tener consciencia de que me ha llegado, y te aseguro que sí.

Eternamente tuya,
Diana

No hay comentarios:

Publicar un comentario