Cualquier día me invitarás a tu boda y de nuevo sentiré ese
vacío extraño que me invadió la primera vez que visité tu casa. Y entonces aquel
no hogar que me produjo innumerables sensaciones incómodas volverá a
presentarse ante mí sin escapatoria. Como si pronto yo también me dirigiera a
estar dentro de la cárcel en la que te encierras cada día.
Aquel día pensé “esta casa está vacía” y no te sentí capaz
de llenarla. De calor, de color y de todo éso que hace mágicos a los espacios.
¿Dónde están las niñas que fuimos? Rodeadas de verdor y de
ilusiones gigantes. Cada paso nos hacía despertar de alguno de los letargos de
la cotidianeidad (o eso solía creer). Sumidas en un paraíso real caminábamos de
la mano, compartiendo cada éxito y fracaso, unidas en una fraternidad monacal.
Ayer me cambió la vida, ¿sabes? Pero esta vez no te has
enterado de nada, no has opinado, no has surcado el hoyo de mis lágrimas, no me
has aconsejado, ni has trotado sobre reflexiones, té y manualidades.
Te extraño (supongo).